Con demasiada frecuencia se leen, se oyen imprecaciones contra los escritos más o menos teóricos. El principal reproche es su "inutilidad", pues lo que urge, aquí y ahora, es la práctica. A todo el que discurre sobre la teoría, se le imagina —quién sabe por qué— instalado confortablemente en algún salón e indiferente al mundo exterior. Desgraciadamente un corolario de este fenómeno es el obrerismo que se ha enraízado en los movimientos populares. Este obrerismo, en realidad, es una actitud de hostilidad respecto a los intelectuales y se extiende sin mayor reflexión a toda la clase media, los famosos "pequeños burgueses".
En nuestro país siempre ha existido esta actitud. Ella ha sido un obstáculo mayor al desarrollo del pensamiento revolucionario. Por supuesto que esto no es propio de nosotros. Es un fenómeno que tiene sus momentos de auge y cobra entonces aspectos muy peligrosos para el movimiento revolucionario. Y aunque esto parezca paradójico, es lo que origina el sectarismo doctrinario y que crea las premisas del ostracismo en que se mantienen todos aquellos que tratan de comprender los estorbos internos y externos del movimiento revolucionario.
No ha sido tampoco raro que los dirigentes echen mano del obrerismo para perpetuarse en la dirección y que llamen a entregarse a la acción sin previa reflexión. Esta reflexión es declarada "intelectualismo" y a los intelectuales o a los incoformes se les incrimina alianzas con el “enemigo de clase”. Este ha sido y es una actitud de rechazo a la crítica y, sobre todo, una manifestación de pereza mental. Los dirigentes usan y abusan de este procedimiento. Ante estos “enemigos”, la dirección llama a cerrar filas. Asimismo es cuando los dirigentes se otorgan el derecho exclusivo de pensar, dejándole al militante la ejecución de las consignas.