La joda del finde: Un cuento corto para don Funesto Izcariote

Un cuento corto para reflexionar

Cerca de Casa Presidencial, habitualmente se encontraba un maitrito indigente, de quien se decía que tenía una gran sabiduría. Todos decían que tenía mucho conocimiento en esa cosas de la vida. El tipo era todo un Diogenes y andaba con una su lamparita, buscando a un salvadoreno que valiera realmente la pena; vivía de lo que los transeúntes le regalaban: unas monedas por aquí, un poco de comida por allá, cualquier cosa. Andaba vestido con chirajos shucos, arrastrando una cobija toda percudida y un plato todo astillado de peltre.

Cierto día, el "Presidente-Soy-Yo" Funes y su comitiva de obesos y trinqueteros personajes, entre los cuales los tres cochinitos Cáceres, pasaron cerca del indigente, el cual estuvo a punto de ser atropellado por la seguridad presidencial.  El presidente se bajó de su Hummer negra último modelo que pagó con la comisión de los buses brasileiros, dispuesto a darle al indigente unos sus 20 dolarucos si se quitaba del lugar. Pero uno de los tambien presidentes Cáceres le susurró al oído que el indigente era bien zamarro, que tenía mucha sabiduría y que era yuca convencerlo y darle ordenes, pues era un tipo libre como el viento. El presidente decidió, entonces, hablar con el indigente y le propuso: "Caballero, yo soy su presidente y le doy $20 si me contesta una pregunta". Y el indigente le respondió: "Miré, mejor guárdese sus $20 y dígame cuál es su pregunta?".

El presidente soy yo Funes le preguntó sobre el aumento de la pena a los menores infractores, y el indigente le dio una cátedra sobre las causas de la migración forzada, el abandono de los jóvenes, la criminalidad juvenil, la rehabilitación, las penas y los tratados internacionales; aconsejándole, por último, que mejor cumpliera sus promesas de una sociedad más justa, porque esa era la panacea para todos los males sociales. El presidente se retiró, asombrado e incrédulo.

Al día siguiente, ya el presidente venía conduciendo su Ferrari 430, y regresó donde el indigente y le hizo otra pregunta sobre asuntos de Estado: sobre si debía continuar sus trances con Saca y los Ganosos; o si debía zampar al tubo eterno al escuadronero Lagos, quien tanto le sirvió; o sobre las chirilicas de la Partida Secreta, lo os cinco melones que le dieron Slim y Pliego, o los tres melones regalados por parte del senor Burns-Salume, o el pisto de las comisiones de la compra de buses a Brasil...que si todo ese pisto lo debía depositar en Suisa o en las Islas Caimán, para gozar de un merecido retiro post era presidencial. A lo que el indigente le respondió de forma impecable, aconsejándole que fuera honesto y no funesto, y que caminara de la mano del pueblo y guiado por el espíritu de Msr. Romero. Entonces, el presidente-soy-yo, en un arranque de remordimiento y buena voluntad, le pidió al indigente que si aceptaba asesorarlo en Casa Presidencial. No muy a gusto, el indigente terminó por aceptar.

El mendigo fue acomodado en una lujosa oficina con dormitorio y aire acondicionado, cercana a la del presidente, como esas que ocupan los tambien presidentes Cáceres. Se le compró ropa de cama y ropa interior de seda, trajes de lino -por el calor tropical-, zapatos italianos trenzados, perjúmenes italianos Aqua di Parma, reloj y lapiceros Mont-Blanc -como los que usa el presidente de choto-. Luego le cortaron las negras mechas con tijera de jardinería y las uñas con alicate número cinco. Con un esmeril le limpiaron las jachas. Lo bañaron, lo rasuraron, lo talquearon, lo masajearon,  le dieron acupuntura, etc. La imagen del indigente fue cambiada radicalmente, quedó irreconocible el indito, bien catrín y hasta maneras agarró, que ya parecía un Huguito Martínez o un Alexito Segovia tomando vino Chianti Ruffino Classico (d.o.c.g.) con Funes y  sus allegados. Las atinadas asesorías del indigente, obligaron al presidente a consultarle más seguido y sobre todos los temas posibles e inimaginables; esto incomodó a los de la camarilla de Mauricio, que tienen cargos en CAPRES, porque se sentían  marginados por el presidente.

Cierto día, los allegados de Mauricio, los hermanitos tonelada-tambien-presidentes y demás compinches, fueron a su despacho y le comentaron que el indigente estaba conspirando contra él y contra todos, poniendo en peligro la "gobernabilidad del país", y recordándole al presidente, además, que ellos son en quienes él tenía depositada su confianza, y quienes han hecho el buen gobierno que reflejan las encuestas pagadas a la Mitofsky por consejo de Tony Casaca. Le recordaron que a fuerza de parlamentar con el sabio indigente, había olvidado las reuniones con los de la ANEP y que el aposento ocupado por el indigente pertenecía por derecho ganado al huesped de honor de CAPRES, don Infelix Capo Cristiani, que ya lo estaba reclamando.

Pero el presidente-soy-yo les pidió pruebas de la "falta de confianza" para con el indigente, con el fin de justificar su despido. Los amigos le contestaron que el indigente, todos los días a las 17 horas, se reunía secretamente en un local escondido de CAPRES, cerca de la sala de reuniones, con mucha gente no afín políticamente a ellos.

El presidente fue convencido sin mucho problema por sus amigos-tambien-presidentes, y decidó capturar en flagrancia al pobre indigente. Así que a las 17 horas del día siguiente, acompañado de un contingente tipo SWAT de efectivos especiales de COSASE, ex-escuadroneros y enviados por su amigo narcotraficante Mecafé, siguió al indigente por los pasillos y recovecos de CAPRES. Efectivamente, este entró a escondidas en una habitación, vio para todos lados y cerró la puerta con doble llave, candado y tranca.

Minutos después, el presidente ordenó a los chuchos cosaseños derribar la puerta, pero ahí encontró al indigente, sentado en el suelo, solo, sin nadie más. Además, el cuarto no tenía ventanas ni pasadizos secretos. El hombre estaba completamente íngrimo, junto a él estaba un plato sucio y astillado de peltre y una cobija toda rota y más shuca que el alma de los de la camarilla presidencial y hasta del propio presidente soy yo.

El presidente-soy-yo Funes le preguntó: "Achís, qué hacés aquí?". El indigente le respondió, acariciando su cobija, que todos los días llegaba a ese lugar para ver el plato plástico donde comía cuando era indigente, y a tocar la cobija que lo abrigaba por las noches. El presidente-soy-yo, extrañado, le preguntó de nuevo: "Y para qué, si usas ropas de calidad y perjúmenes italianos como los que uso yo?". Y el indigente le respondió, sin vacilar: "No joda, presidente, lo hago para no olvidar de dónde vengo!".

Colaboración de
Prometeo Encadenado
Barrio San Jacinto, S.S.

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