Los recuerdos de gestas gloriosas

Si los dirigentes del FMLN, por ejemplo, en algún grado han perdido con el paso de los años su mística revolucionaria y han sucumbido a los halagos del poder, no se vale olvidar de un tajo a los miles de caídos en la cruenta lucha y dejar en el camino los anhelos de los hijos y los nietos de todos los que ofrendaron su vida ante al altar de la patria, para usar simbología y figuras literarias. El deber no se agota en el momento en que se firma un Acuerdo de Paz o se deposita un voto. La obligación es mayor y se debe cumplir, hasta el último momento y las últimas consecuencias, lo que a tantos jóvenes revolucionarios se les pidió. Es, por lo tanto, el momento estelar de la patria para dar claridad y sentido a la existencia.

Los méritos se obtienen por la rectitud y el cumplimiento de los propósitos, no simplemente por conducir un “partido electorero”. La historia debe escribirse de distintas maneras y no sólo conservando cargos o atribuyéndose virtudes para copar puestos en la dirigencia. Dónde están las reservas estratégicas, los relevos oportunos y necesarios? Por qué no se permite a jóvenes revolucionarios participar en cargos de elección popular y dirigir con nueva sangre y fortaleza al FMLN del presente y el futuro? Si en algo ha fallado la dirigencia actual es en no escuchar y poner en práctica las sugerencias desde abajo hacia arriba, en no darle participación a esa base de profundas convicciones revolucionarias y democráticas.

Con el arribo de Barack Obama al gobierno de los Estados Unidos, se ha querido destacar y profundizar, de alguna manera, el conflicto de las dos grandes culturas de América: la sajónica y la hispánica. Eso se advierte en los constantes viajes a estos países, por parte de la Secretaria de Estado, Hilary Clinton, y con el nombramiento de embajadores “expertos en diplomacia de conflictos” y en supuestas ayudas por medio de Fondos del Milenio y de la política del dólar a través de los organismos financieros mundiales...

El peligro de esa conocida “diplomacia” ha sido denunciada y repudiada desde mucho tiempo atrás por insignes patriotas como Simón Bolívar, José Martí y desde luego por Augusto César Sandino, Ernesto Guevara de la Cerna y Fidel Castro. En pasados tiempos con las dictaduras militares y en el presente con regímenes sumisos, se destaca la complicidad de ciertos gobiernos con el imperio. Desde luego, es cosa sabida que el conflicto de “intereses” se desvanecerá cuando ordenemos nuestras casas. Ello pasa, obligadamente, por impulsar ambiciosos programas educativos, recuperar la plena independencia y soberanía sobre recursos estratégicos e impulsar amplias alianzas con gobiernos y países progresistas del mundo.
Los Estados Unidos están empeñados en mantener su dominio estratégico y geopolítico en América Latina: no se resignan a mantener normales relaciones diplomáticas y comerciales con estos países. La doctrina Monroe, la diplomacia del “garrote”, la Alianza para el Progreso, El patio trasero y tantas otras perlas del imperialismo, siempre están presentes en ese afán desmedido de control y dominación. Por eso decía el Che Guevara que “una nueva forma de producción y de sociedad, requiere una nueva forma de conciencia social”. En otras palabras, la independencia y plena soberanía no se funda en la permanente tensión o en la violencia desde el Estado, sino en la creación de una conciencia y decisión populares poderosas, que a la larga se impondrían en una especie de plebiscito nacional. El caso de Venezuela es ejemplar.

La lucha actual se funda precisamente en una Ibero América unida y organizada política y económicamente, conforme a la voluntad de cumplir una misión en el proceso de la historia humana. El poder imperial en los Estados Unidos no comparte estos “sueños bolivarianos” porque la unión y la fortaleza individual y colectiva de estos pueblos hace contrapeso contra sus ambiciones y planes de dominación. Estados Unidos necesita desbaratar esas aspiraciones independentistas de los pueblos. El Plan Colombia, por ejemplo, se ha constituido, desde hace varios años, en una “cabeza de playa” para lograr esos objetivos. Ignorar esta clase de “diplomacia” y el papel que cumplen gobiernos como el de Álvaro Uribe, es desconocer la historia y alejarse del análisis y de la realidad de América. La fórmula es simple: no nos libraremos de la “diplomacia del dólar y el garrote”, mientras no corrijamos las atrocidades de nuestra organización como países continentales.

En suma, la unión iberoamericana se configura como un ideal lejano, de largo madurar, situado más allá de las circunstancias pasajeras; pero, como decía el prócer ecuatoriano, Eloy Alfaro: “En la demora está el peligro”. Es y debe ser obligación de gobiernos de izquierda, progresistas, marchar sin descanso junto a sus pueblos por la senda de la liberación. La misma aspiración a la unidad e integración regional que en el presente se respira, debe ser un aliciente, un poderoso estímulo para esa lucha. Las concesiones que antes se hicieron al imperialismo, vía las dictaduras civiles y militares de estos países, deben quedar en el pasado y como una mancha imborrable para no repetirla jamás. Los victimarios de tantas generaciones de hombres y mujeres han sido juzgados por la historia y en la reivindicación de la hora presente se rinde un justo tributo a insignes patriotas y, desde luego, revolucionarios que abonaron con su sangre y ejemplo los valles y montañas de la América irredenta.

Con las recientes celebraciones de un nuevo aniversario de la Revolución Sandinista, se recordó la gesta memorable de centenares de jóvenes que en su justo momento se levantaron y derrocaron al genocida Somoza. Esa gente, entonces muy joven, señaló las aspiraciones y las inconformidades colectivas, la realidad de la patria nicaragüense. Su ejemplo e influencia se extendió en muy amplios círculos; es decir, formó nuevas generaciones de patriotas y luchadores, esos que en el presente construyen un nuevo modelo de sociedad y se fortalecen en su conciencia social. Lo mismo acontece en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay y lo mismo quisiéramos para El Salvador, donde todavía palpita el ejemplo de una juventud generosa, entregada a las luchas por la libertad y la independencia.

A este respecto me he preguntado si esa generosa entrega, ese heroísmo, esa lucha constante y valiente de tantos jóvenes revolucionarios, ha tenido respuesta concreta en realizaciones prácticas. De cierto que tuvo validez moral; pero, una vez más, se puede conducir a una mayoría de jóvenes llenos de ilusión, de optimismo y esperanza a la muerte, empeñándolos en una lucha cívica que en determinados momentos parecía imposible o condenada al fracaso, si al final todo queda en promesas, demoras y excusas? No es un planteamiento falso de la cuestión, si lo analizamos desde las realidades que se están viviendo desde hace 50 años en Cuba y los ejemplos extraordinarios de Venezuela, Bolivia y Ecuador donde jóvenes y adultos levantan la bandera de la dignidad para llevar cambios profundos al seno del pueblo y la sociedad.

Si los dirigentes del FMLN, por ejemplo, en algún grado han perdido con el paso de los años su mística revolucionaria y han sucumbido a los halagos del poder, no se vale olvidar de un tajo a los miles de caídos en la cruenta lucha y dejar en el camino los anhelos de los hijos y los nietos de todos los que ofrendaron su vida ante el altar de la patria, para usar simbología y figuras literarias. El deber no se agota en el momento en que se firma un Acuerdo de Paz o se deposita un voto. La obligación es mayor y se debe cumplir, hasta el último momento y las últimas consecuencias, lo que a tantos jóvenes revolucionarios se les pidió. Es, por lo tanto, el momento estelar de la patria para dar claridad y sentido a la existencia.

Los méritos se obtienen por la rectitud y el cumplimiento de los propósitos, no simplemente por conducir un “partido electorero”. La historia debe escribirse de distintas maneras y no sólo conservando cargos o atribuyéndose virtudes para copar puestos en la dirigencia. Dónde están las reservas estratégicas, los relevos oportunos y necesarios? Por qué no se permite a jóvenes revolucionarios participar en cargos de elección popular y dirigir con nueva sangre y fortaleza al FMLN del presente y el futuro? Si en algo ha fallado la dirigencia actual es en no escuchar y poner en práctica las sugerencias desde abajo hacia arriba, de darle participación a esa base de profundas convicciones revolucionarias y democráticas.

La vanguardia revolucionaria de entonces y del presente se integró con jóvenes y adultos convencidos de que era necesario un cambio radical, una forma distinta de provocar reformas profundas en las caducas estructuras económicas y sociales. A los participantes en esas cruentas batallas debe juzgárseles por el papel que cumplieron, por los ideales que los llevaron a ofrendar sus vidas. No nos toca a nosotros juzgar a esa pléyade de salvadoreños, calificarlos de ángeles o de una legión de héroes. Ha corrido largo el río del tiempo. Ese papel le corresponde a la dirigencia, esa tan inerte y tan sombría, tan plagada de errores y descalificaciones. ¿No se dan cuenta de los asombrosos cambios que se están operando en ese hasta ayer territorio dominado por los Estados Unidos? En tan corto lapso, en 18 años, dramáticos sucesos han operado los cambios, los jóvenes se levantan con dignidad en Nicaragua, defienden sus conquistas, luchan por establecer una sociedad distinta, igualitaria, equitativa y participativa.

En nuestro medio, lamentablemente, hay mucha confusión y desorientación, no sabemos hacia dónde vamos, hay ausencia de sentido crítico, olvido de los términos exactos de la teoría revolucionaria, de la mística del cambio? No es vana la lucha por la unidad, por la inclusión y el crecimiento si no se dignifica antes la vida de cada uno de los salvadoreños? No es, o puede ser, la costosa edificación de una política internacional grandilocuente y hueca sólo una manera de conducir y manejar la atención pública con el propósito -fallido hasta ahora— de apartarla de los gravísimos problemas cuyas soluciones no encontramos?

Si todo es error de juicio, de apreciación histórica, carece naturalmente de importancia. Pero si fuera oportunismo tardío, búsqueda senil de beneficios ya inútiles  -esperanza de que el Estado, ahora apaciguador de esperanzas y de cambios para la juventud- se demostraría que esa mayoría que se alzó en los años 80, no fue nunca coro de ángeles ni legión de héroes, y que son ahora sólo espectáculo doloroso: unos cuantos seres cansados, lisiados, abandonados y moribundos, que cuando la noche se aproxima y el alma cae, quieren acercarse a un cambio, aferrarse a una esperanza, a un poder también decadente y entregarle lo único y hermoso que poseían: un puñado de recuerdos de su ilustre juventud.

Pocote