A la imagen de Msr. Romero

Por Chichipate Canaverales

Ayer, uno de febrero, bajo el sol de fresca tarde

yo te vide muy feliz entre las torres gigantes

de tu Iglesia Catedral, el viejo e imponente templo.

En magna estampa presente, comprendí que aquel cobarde

quien ordenó asesinarte a criminales errantes,

algún día tomará, de tu camino, el ejemplo.


Ayer tarde y por la noche, te miramos más lozano.

Con una mirada atenta contemplabas a tus hijos

conglomerados allí para, otra vez, celebrar

el final de cruda guerra del hermano contra hermano.

Tus gestos de doce metros se quedarán siempre fijos

en las retinas dañadas de conciencia nacional.


Ayer, en la Plaza Roja, o Plaza Gerardo Barrios,

estábamos congregados para dar la bienvenida

a Insigne Comandancia arribando del exilio.

Allí estabas, Monseñor, rezando santos rosarios

y elevando más plegarias en pro de la nueva vida

de todo salvadoreño gozando un perfecto idilio.


Ayer, cuando recibimos a Guerrilla Diplomática,

también rendimos tributo a tu venerable estampa

y contemplamos, absortos, tu santa serenidad;

aquella serenidad nunca endeble ni temática,

llena de misericordia inmensa cual fértil pampa;

diáfana hasta lo profético para decir la verdad.


La verdad apocalíptica consumada en el ochenta

cuando una bala “arenera” perforó tu corazón.

La serenidad inmensa de tus sabias homilías

se reflejaba en la imagen, tu imagen nunca violenta,

pues siempre hablaste a tu pueblo con Justicia y con Razón;

en cambio, en los asesinos, reinarán mil cobardías.

Ayer subieron los hombres de palúdicos pantanos;

ayer bajaron los hombres de montañas escabrosas;

ayer todo catecúmeno abandonó las cavernas;

ayer la Universidad dejó refugios urbanos

para escuchar los discursos y las palabras sabrosas

de los Compas combatientes con experiencias eternas.


Allí estaban las imágenes de otros gigantes caídos

en luchas tan similares a las tuyas, Pastor Bueno:

las de Agustín Farabundo Martí y Feliciano Ama;

las del Frente Democrático, luchando contra bandidos;

las de muchos sacerdotes caídos en el terreno

y la bandera del Frente flameando cual suave llama.


Sonreías satisfecho mirando hacia la tarima

donde Adalid Schafik Hándal y Miguel Sáenz Varela;

Sánchez Cerén o Leonel, doña Marta Valladares

y otros hombres y mujeres de nuestra absoluta estima

 estaban dando el informe de  noches sin luz de vela

y de cómo derribaban aviones sin los radares.

No puedo proseguir más porque me es imposible

decirte, Gran Monseñor, las ideas merecidas.

Mis neuronas han llegado más allá de los confines

donde por muchos deseos, lo restante es indecible;

sin embargo, tu Doctrina de respeto hacia las vidas,

en el próximo milenio de Comte, serán afines. 

Escrito en Santa Tecla, el 02 de febrero de 1992.

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