El sacrilegio de Mauricio Funes

Mauricio Funes se ha convertido en un presidente pesetero en dos sentidos: en primer lugar, porque desde que recibe los tres millones de dólares del Sr. Salume y ser ubicada su residencia en una gran mansión, fácilmente se ha dejado encantar por la riqueza; en segundo lugar, porque la única diferencia entre él y el ex presidente Saca, es que mientras el segundo “otorgaba” cierta cantidad de dinero o de semillas mejoradas a los más necesitados, el actual presidente “regala” un poquito más, pero no está dispuesto, tan siquiera, a  cuestionar, ni mucho menos a enfrentar y confrontar las estructuras económicas y sociales que originan el hambre, la ignorancia, la miseria y la explotación despiadada contra el pueblo.

 

Por: Francisco Quintanilla

Colaboración

Los sofistas de la época del esplendor griego, daban sus discursos en las esquinas de las ciudadades populosas para vender el conocimiento, haciendo del arte del discurso su mejor herramienta para convencer a su audiencia de que lo que decían era verdad. Tenían el denominador común de poseer un conocimiento "verdadero", aunque fuese falso. Desde entonces, se instaló la categoría del discurso sofista, para referirse a todos aquellos que utilizan el arte del discurso elocuente para  sugestionar y convencer a los que les escuchan, de que lo que dicen no sólo es verdad sino que es el reflejo de su "alta moral" y de su compromiso humano...



Este arte sofistico es muy bien utilizado por los políticos del mundo actual, y los políticos de El Salvador no son la excepción, puesto que han tenido la capacidad de no avergonzarse de sus continuas palabras demagógicas. Constantemente se presentan, en forma directa o indirecta, ante la población, con el rosto del prototipo o arquetipo de la moralidad que la población salvadoreña necesita.

A inicios de la penúltima década del siglo XX, la población salvadoreña, con ideas e ideales de izquierda, experimentó el impacto de un grupo de sofistas que lograron engañarla muy hábilmente y durante muchos años. Esto se dio en las décadas de los 70's y de los 80's, de tal forma que cuando el FMLN se convierte en partido político y participa por primera vez en elecciones para diputados, varios de los elegidos para diputados por parte de este partido, notorios sofistas, sacaron a la luz su verdadero rostro, su rostro no sólo de sofistas sino de traidores. Joaquin Villalobos y Ana Guadalupe Mertínes son dos ejemplos claros.

Estos desencantos que fue padeciendo el pueblo salvadoreño, las mayorías populares, continuaron presentándose en los años posteriores con personajes como Facundo Guardado, que, al igual que los anteriores, vendió por unos dólares más sus convicciones y traicionó a los que creyeron en él.

Ahora bien, hay un denominador común en todos estos sofistas, quienes, además de ser traidores, después de su traición han quedado politicamente muertos. Muertos como revolucionarios  y como personas ante la conciencia de los salvadoreños y en los archivos de la Historia; con mucho dinero, pero muertos.

Las insatisfacciones, traumas y lesiones a las aspiraciones y esperanzas más sentidas de los salvadoreños, han continuado hoy, a finales de la primera década de este siglo XXI, que no sólo se ha caracterizado por los grandes desastres “naturales”, sino que también por las traiciones políticas que, más que políticas, son traiciones humanas, son traiciones a las genuinas aspiraciones de los pueblos. Esta traición, que probablemente quede registrada en el siglo XXI como la más grande y la más lesiva para la esperanza de un pueblo salvadoreño que continúa padeciendo el yugo de la desesperanza, encarnada en las políticas neoliberales globalizadas, es la traición del sofista y sacrílego Mauricio Funes.

Este señor, a lo largo de su trayectoria como periodista, construyó y vendió una imagen, la imagen de alguien que hacía su trabajo como periodista entregado a la verdad. Con esta imagen, construida sofísticamente a lo largo de muchos años, logró embaucar no sólo al FMLN como partido político sino que también a todo un pueblo que ha padecido y continua padeciendo el escarnio de los que controlan el poder económico.

Mauricio Fúnes es un gran sofista, porque fue capaz, con su discurso como periodista y como candidato presidencial, de hacer creer a propios y extraños que su comportamiento estaba en consonancia con su discurso; es decir, que en él existía una unidad entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía. Fue capaz de vender la idea de que esta unidad de pensamiento, palabra y acción, era un reflejo fiel de su compromiso con la Verdad, la Justicia y la Libertad. Pero, sólo bastaron diez meses de su gestión presidencial para que quedara evidenciado que tal unidad no era más que un disfraz de la ruptura que hay entre su palabra y su acción; una ruptura que pone al descubierto que en Funes hay una separación total entre ética, acción y palabra públicamente comprometida con el pueblo salvadoreño.

Mauricio Fúnes, además de ser sofista, se convierte en un sacrílego, ya que su inmoralidad ha llegado tan lejos que, con tal de alcanzar y conservar su imagen como un estadista comprometido con la verdad y la justicia, ha hecho uso de la imagen de un personaje universal, humano, el más sagrado para el pueblo salvadoreño: Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Desde su actividad proselitista, sabía perfectamente que invocar a Monseñor Romero, su pensamiento y vida, como el horizonte de su gobierno, implicaría arrastrar al pueblo, al rebaño, del Martir, para obtener el voto que necesitaba para llegar a la silla presidencial. De hecho, este propósito lo logró poniendo en práctica la famosa sentencia de Maquiavelo: EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS.

Pero, veamos cómo el accionar sofista y sacrílegio del actual presidente, va  quedando abruptamente al descubierto. Hagamos, pues, una comparación entre las formas de actuar de Funes y de Monseñor Romero.

Mientras Monseñor fue capaz de escuchar los lamentos del pueblo, reprimido y empobrecido, el presidente Funes sólamente los oye pero no los escucha. Mientras Monseñor era una persona humilde, estando su conciencia siempre en apertura a los avatares de su pueblo, el presidente es un jactancioso, prepotente y petulante. Mientras Monseñor tuvo la capacidad y la valentía de enfrentar y confrontar los poderes estructurales del pecado, Funes no sólo no los confronta sino que su práctica está en favor de esos poderes oscuros. Mientras Monseñor siempre creyó que para que un proyecto de nación funcione y dé frutos, debe basarse en la verdad, en la justicia y en favor de las mayorías populares, el presidente favorece con su accionar a las familias adineradas de este país, así como a las trasnacionales. Los proyectos presidenciales, entonces, están basados en la mentira y la corrupción, pero con ropaje de verdad.

Mi pueblo tiene dos dichos populares que dicen que "el que escupe hacia arriba en la cara le cae", y que "el pez por su boca muere". Estos refranes populares, ilustran con mucha precisión el caso del presidente Funes.

Hagamos referencia a dos de sus afirmaciones principales en su campaña proselitista y en su discurso presidencial: una de ellas fue que “no le temblaría el pulso para perseguir y castigar a los corruptos”, y la otra era la referida a las grandes disparidades entre ricosa y pobres: “o todos en cama o todos en el suelo”. Si se analiza la primera afirmación, a la luz de lo que el mismo presidente afirmó en la tercera semana de marzo de este año, en los referente a que él no metería  a la cárcel a los corruptos, se ve claramente  que sus compromisos con las familias adineradas que lo están patrocinando, le han hecho olvidar fácilmente uno de sus compromisos principales, adquiridos  con todos aquellos que votamos por la Esperanza y por el Cambio. Con respecto a la segunda afirmación, a casi 10 meses después de la toma del poder presidencial, si bien es cierto que en dicho tiempo es imposible eliminar la pobreza, también es cierto que su la práctica presidencial permite que los ricos no sólo seguirán durmiendo en la cama, sino en una cama más cómoda,  y que los pobres, la inmensa mayoría, seguirán durmiendo en el suelo.

A pesar de todo esto, Funes sigue siendo astuto, una verdadera zorra para tratar de mantener la imagen de un gran estadista comprometido con las mayorías populares, astucia que se combina con la habilidad de maniobrar con los blandengues diputados de la flamante Asamblea Legislativa. De tal forma que, por ejemplo, en el caso de la anulación el cargo básico telefónico que se les paga a las trasnacionales de telefonía, por un servicio que la población no recibimos, logró Funes que buena parte de los asambleístas cambiaran de posición. Fúnes olvidó de nuevo que uno de sus compromisos medulares fue el de un gobierno en favor de las mayorías populares y de la clase media.

La práctica del actual presidente de El Salvador, es una práctica negadora del pueblo y afirmadora de la lógica del dominio del gran capital. Esta práctica, en la medida que niega al pueblo y atenta contra su dignidad, simultáneamente atenta contra la memoria, la vida y el sacrificio de Monseñor Romero. Funes olvidó -o nunca lo entendió- que en El Salvador, el pueblo y Monseñor Romero son la misma cosa, son la misma persona, de tal forma que cuando Funes, con sus políticas criminales  atenta contra la dignidad y las aspiraciones de las mayorías populares, atenta tambien contra las aspiraciones y  sueños de Monseñor Romero.

No hay mejor forma de asesinar la memoria de Monseñor Romero que aplastar las esperanzas del pueblo salvadoreño, las esperanzas de las mayorías empobrecidas; parece, entonces, que el presidente de El Salvador está maniobrando en este sendero, pero con la cruel demagogia de que “regalando” migajas  a los más necesitados, va haciéndoles creer, al igual que el anterior Presidente Saca, que está trabajado por y para ellos.

Monseñor Romero, en una de sus tantas homilías, señaló y cuestionó que los más poderosos no debían idolatrar ni a las riquezas ni al dinero, negando con esto el bienestar del pueblo. Ante esto, sería interesante saber con cuánto dinero contaba  Fúnes en su cuenta bancaría antes de iniciar la Presidencia, y con cuánto dinero finalizará cuando termine su periodo presidencial, porque, tal como se va viendo su práctica, en nada varía su comportamiento con respecto a los cuatro ex presidentes que le precedieron.

En síntesis, Funes, bajo el enunciado de ser el "presidente de todos los salvadoreños", justifica el haberse apartado de sus compromisos de campaña, convirtiéndose no en un funcionario que confronta las estructuras de la corrupción, como lo hizo cuando era periodista, sino en un sujeto ambicioso de poder y de riqueza, alejándose cada vez más del camino de los marginados y de los excluidos y acercándose cada vez más al sendero de los empobrecedores, de los oligarcas nacionales y transnacionales; no sería extraño, pues, que desde su visita al presidente de los EEUU, sea recompensado en un futuro con el Premio Nobel de la Paz (al igual que  el último servidor del imperio, Oscar Arias), por servir a los designios del imperio más antivida que ha existido en la historia de la humanidad.

Para cerrar esta reflexión, hay que recordarle al presidente Funes, que la historia y la vida siempre dan una segunda oportunidad; ojalá que las celebraciones del martirio y memoria de Monseñor Romero, no le sirvan para seguirse aprovechando de la imagen del salvadoreño más universal, sino que le sirvan para que haga un alto en el camino que hasta ahora ha transitado y retome su compromiso con el pueblo salvadoreño y con las mayorías empobrecidas. Dicho de otra forma y parafraseando las palabras de Monseñor, diré que “ya es tiempo, sr. presidente, que recupere su conciencia y que antes de escuchar los encantos del dinero y de la riqueza, escuche los dictados de su conciencia”.

Santa Ana, 24 de marzo de 2010

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