Los problemas de ayer siguen siendo los de hoy!

Ya no parece siquiera posible una política de mediación coordinadora que proteja más en las palabras al interés público pero que en los hechos reiterados favorezca a los intereses privados. Vive el país una condición de emergencia. Nada altera la realidad el hecho de que esa emergencia obedezca a factores internacionales (no debemos jamás olvidar que los Estados Unidos de Norteamérica son los culpables de la crisis y del encarecimiento de los productos derivados del petróleo por su constante amenaza militar contra Irán y Siria, y su vergonzoso papel de gendarme en el Oriente Medio) ni en que medida esos factores incontrolables sean más poderosos que los de origen interno. La emergencia está aquí, hoy. Y reiteramos, con la esperanza de verla convertida en realidad, la fórmula perogrullezca de que "a situaciones de emergencia; medidas de emergencia".

El país espera una definición concreta a los graves requerimientos de la nación, mientras escucha los artificiales y demagógicos debates entre los dirigentes de los partidos políticos cada vez más rebasados por la realidad. ¿Seguiremos rindiendo culto, por ejemplo, a la divinizada "libertad del mercado"? En ese lamentable caso, todo pesimismo parece razonable.

Todos comprendemos las dificultades y complicaciones de una política que se oriente a satisfacer y no molestar a los grupos poderosamente económicos, locales y extranjeros. Los magnates están siempre más dispuestos a cooperar con promesas, que a nada los comprometen, que a tolerar la menor limitación a su situación privilegiada. Se impusieron a la primera intentona de las tibias y flojas "reformas fiscales", conspiraron y triunfaron sobre la segunda y con ciertas componendas y promesas aceptaron la remendada Ley de Medicamentos aprobada por la Asamblea Legislativa. Estamos hablando de ese gran poder económico.

Muchos años más seguiremos en el sueño de la prosperidad, sostenido con la tesis “hamiltoniana” de crear la riqueza, aunque se concentre en pocas manos, que ya después rebasará fatalmente esa limitación para beneficiar a todos los salvadoreños (teoría del rebalse), situación que permitio a burguesía provinciana, si así queremos llamar a la clase terrateniente, vigorizarse con subsidios y estímulos directos e indirectos, multiplicados con su protectora alianza con las grandes empresas nacionales y transnacionales, como explicaba el fallecido Enrique Álvarez Córdova. Al final, cimentaron y ampliaron su poderío, hasta el grado de la impertinente altivez que hoy muestra la oligarquía, amenazando al gobierno cada vez que el poder público anuncia una tímida medida de sano nacionalismo o algún tibio esfuerzo por hacer menos injusta la distribución del producto nacional.

Como hemos dicho, esa burguesía y también la oligarquía se han opuesto hasta hoy victoriosamente a la tibia reforma fiscal indispensable para nutrir al fisco con la equitativa contribución de quienes más beneficios y lucros obtienen de sus empresas, y no con hacer recaer las máximas obligaciones fiscales, con impuestos al consumo o uso de artículos y servicios indispensables sobre la masa cautiva de todos los consumidores, sin discriminación entre aquel que de casi todo carece y quienes de la angustia pública obtienen el incremento de sus fortunas privadas. La salud del país sucumbirá, más pronto o más tarde, a nuevos triunfos del interés de la “libre empresa” sobre las necesidades vitales de la mayoría de los salvadoreños.

Los retos pendientes del gobierno a pocos meses de entregar el mandato. 

Se acerca en marzo proximo un nuevo informe a la nación sobre el arribo al cuarto año de gobierno; pero ello no significa alegría, temor o felicidad alguna. Es solo un hito más en la tragicomedia vivida por los salvadoreños. Nada va a entrar en crisis ni mucho menos se veran atisbos de un anunciado cambio. El tiempo ha transcurrido y no hemos asistido a robustos anuncios ni mucho menos a tibios cambios. La señal enviada en las últimas elecciones muestra claramente el sentir y pensar de los compatriotas. El asunto presidencial es un simple pasar, una cuestión hecha moda desde hace bastante tiempo.

Con ello nada más se comprueba la ineficacia de las fórmulas de transitoria y parcial efectividad. El Salvador está necesitado de hechos concretos y no de torcidas y enardecidas palabras, o de filosóficos mensajes. El respeto a muchos de los principios sacralizados en la atmósfera de El Salvador de las últimas décadas, resulta incompatible con la adopción de las necesarias y esperadas, pero nunca realizadas, medidas gubernamentales en la defensa del interés elemental de una abrumadora mayoría de los salvadoreños.

Frente a esta ola arrolladora de la inflación, sobre todo en los artículos de primera necesidad, ¿es respetable proclamar y sostener la libertad de comercio y demás garantías para la “libre empresa”? ¿Hay alguien en el país que pueda cultivar con optimismo la ilusión emanada de las cúpulas empresariales de dejar a la oferta y la demanda la solución a todas las engañosas triquiñuelas del mercado? Es decir, esa fantasía de combatir la especulación con la generosa ayuda de los especuladores. 

Siempre pensamos que el señor Ministro de Economía nada más era un teórico, pero ahora le enviamos la pregunta ¿No es hoy evidente la necesidad de mantener un equilibrio entre precios y salarios sin confiar ese propósito a la ilusión de insuficientes y complicados aumentos parciales o bonos exagerados en los salarios mientras se mantiene, así estimulado, el libertinaje en los precios?

Los precios de los productos de primera necesidad, indudablemente, se han disparado por el efecto ejercido por una combinación de libertinaje comercial y el alto costo de los combustibles. Pero también es urgente tomar otra clase de medidas, vía de suprimir algunos impuestos a la gasolina o llegar a acuerdos con el gobierno de Venezuela, por ejemplo; porque fíjese usted, señor Ministro, que el solo anuncio de las justas y desesperadas demandas de aumento en los salarios de obreros y empleados públicos, estimula también la espiral ascendente de los precios que vuelven a aumentar cuando ese aumento se consigue. Sería ocioso repetir la exposición de los factores reales del problema. El alza de precios afecta a la mayoría de los salvadoreños.

La explosión de la crisis ha modificado radicalmente el panorama de las relaciones entre todos los salvadoreños y no simplemente entre trabajadores y patronos, o entre los empleados públicos y el Estado. Ya dejó de ser noticia la clásica sumisión política de algunos sectores frente a la política oficial, a cambio, en el mejor de los casos, de ciertos magros logros dentro del “economismo” imprevisor del ya caduco estilo sindical, tanto privado como público, de concretar toda la presión en las limitadas mejoras de los contratos colectivos y no en obtener una política favorable a las inmensas mayorías poblacionales. La cuestión es otra y la población ha enviado diversos mensajes por distintos medios, incluyendo las pasadas elecciones. El mensaje presidencial debe ser otro y al menor concretar ciertas reivindicaciones generales, como la concreción de viviendas populares, una verdadera reactivación de la agricultura, una agresiva reforma de salud y, en este campo, darle al Seguro Social un papel más protagónico y ejemplar en la atención a los miles de cotizantes. El aumento en las pensiones y lograr la jubilación con 20 años de trabajo, por razones de despedido u otras causas, también debe ser una prioridad de este gobierno a pocos meses de entregar el mandato.

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