Una cultura para todos los salvadoreños

La cultura siempre ha sido la cenicienta en las políticas de Estado, no parece ser el caso en el presente gobierno pues entendemos que se está estudiando detenidamente el nombramiento del nuevo presidente de CONCULTURA, ello lo confirma la ansiedad y los variados comentarios de los escritores y artistas salvadoreños. No podía ser de otra manera pues al igual que otros sectores de la vida nacional, se esperan importantes cambios y avances en la cultura y la educación.

En la presente etapa no podemos formular una evaluación significativa de logros en esta época de la incorporación a una corriente de crítica y creación culturales que el conocimiento radicalizado de la vida nacional ha traído consigo. La administración de este importante rubro, siempre ha sido pésima y los regímenes areneros nunca se preocuparon por crear incentivos y fomentar el avance de la cultura, sobre todo de promover la organización y el debate entre los creadores de la literatura, las artes plásticas, la música, la danza y todas las manifestaciones artísticas y espirituales. Nos corresponde indicar algunas variantes y circunstancias que se han venido dando en los últimos años, como por ejemplo podemos citar el surgimiento de un público lector cada vez más crítico y cada vez más amplio que, sin abandonar los terrenos del elitismo, ya dificulta uno de los ejercicios culturales más frecuentes de otros tiempos : el de escribir con plena impunidad. Los escritores salvadoreños empiezan a disponer de lectores ajenos al círculo íntimo. Y por gracia propia de nuestros creadores, se ha reducido, por lo mismo, el sagrado pretexto de la incultura general que se interponía, como estricto fantasma del subdesarrollo, entre el escritor y los generosos estímulos a que tiene derecho. Los artistas plásticos también se han multiplicado por generación espontánea y por una necesidad de sobrevivir. Digamos que aquí se conjuga la sensibilidad y la creatividad con la posibilidad de tener ingresos económicos para el sostenimiento familiar. En muchos casos hay calidad, dominio de la técnica, conocimiento de la teoría del color, del balance y la composición. En otros, lamentablemente, hay mediocridad y entrega al mercantilismo y a la simple comercialización o la aceptación de "consejos" de los propietarios de galerías para hacer "un arte al exclusivo gusto del cliente". También, se ha extendido considerablemente el concepto de "cultura", y ya la mera reverencia ante el espíritu clásico (o el espíritu, a secas) no es suficiente. Creemos entender y ejercer una idea y una visión de cultura al incluir reportajes sobre el deterioro ambiental, las protestas sobre la minería o al protestar por actos represivos que durante veinte años acortaron el mínimo espacio político del cual disponíamos. Eso y mucho más. La práctica de la cultura debe incluir siempre la promoción de las artes y los artistas, el estímulo a los creadores, pero también la defensa de los derechos civiles y la acción democrática del disentimiento. Los magnicidios como el de monseñor Oscar Arnulfo Romero o la masacre de los sacerdotes jesuitas o el ajusticiamiento del poeta Roque Dalton García, son, finalmente, hechos que afectan y disminuyen gravemente las posibilidades culturales de un país y su noción misma de cultura. Lo anterior resulta obvio, y quizás lo malo de la "memoria histórica" sea –experiencia personal cuya responsabilidad no pretendo difundir— que nos precipitan en la emisión conmovida de lugares comunes. En este contexto, quizás valga la pena refrendar clichés. Menciono uno de ellos : de lo anterior, de la convicción de esta urgencia de participación no se deriva, no debe derivarse la reiteración de la gastada y fracasa fórmula de la identidad y, más aún, del "realismo socialista" o sus variantes demagógicas de hoy. Debe hacerse cultura para todos, comprometida pero de calidad y altamente profesional. No promover festivales de la pupusa, en un alarde demagógico, como los que hacía el señor Federico Aguilar, anterior presidente de CONCULTURA. En el presente, debemos preguntarnos hacia dónde va el proceso cultural de El Salvador. Quién responda a una pregunta de apariencia tan infinita, deberá captar el rumbo del desarrollo caótico del capitalismo, la aparición de situaciones que exigen esencialmente actitudes revolucionarias, la debilidad y el inmovilismo de la mayoría de las fuerzas de izquierda, la arrogancia y la organización de la iniciativa privada, la carencia, hasta hoy, de una política cultural planificada o eficaz por parte del Estado. Las crisis de las universidades son aumentadas por la cantidad en menoscabo de la calidad, por el mercantilismo y el afán de lucro; por la ausencia de crítica auténtica en la mayoría de instituciones (y la de sus personalidades) dedicadas profesionalmente a esa entidad llamada "la cultura"; por el analfabetismo real, por la irrupción de un sectarismo explicable y nocivo; por la provocación, la corrupción que afectan gravemente a los centros superiores de enseñanza. Ante esto, y ante el desprestigio popular de la idea de lo "intelectual", y ante el machismo todavía esgrimido como punto de vista válido para juzgar la cultura y la moral; e, incluso, ante la decisión del Poder de hasta el último instante de los gobiernos derechistas, de utilizar ornamentalmente a los intelectuales y los escritore; quizás uno de los requerimientos de sobrevivencia de la intelectualidad sea la creación, la estructuración de una contracultura, que no asuma las forma sumisas de Estados Unidos o Inglaterra, por ejemplo, o el exotismo o la expansión de la conciencia de los fines de semana. Finalmente, le decimos públicamente a las nuevas autoridades que oponerse a una cultura dominante es estar a favor, intensamente, de la idea misma de cultura, como lo opuesto a la petrificación y al rigor mortis, a la falsa profundidad y a la infaltable superficialidad. POCOTE

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