Toby : "Anales" de una captura -Segunda parte-

I

Una fresca mañana de mediados de noviembre de 2003, el gringo fisgón Bryan Richards tuvo una reunión con un lamiculista y chismoso remedo de periodista de un noticiero de televisión, en un discreto café de nenes fresa de un centro comercial ubicado en la Zona Rosa de San Salvador.

Richards había pactado esa reunión con el propósito de informarse sobre la situación política y social del país. Quería componer una especie de organigrama al estilo de "quién es el macizo de esta hacienda". Alguien le había recomendado entrevistarse con un reconocido seudoperiodista, quien, además de conducir uno de los informativos más mediocres, era un tipo amaneradito, chismosito y que estaba bien conectado con la clase política arenera. Este tipo también tenía muy buenos amigos entre la élite económica más retrógrada, trinquetera, fascista y avara del continente.

Fue en ese encuentro cuando Richards oyó hablar por la primera vez sobre el Hermano Toby. El seudoperiodista le dijo que "era el líder evangélico más influyente" y que manejaba "un verdadero imperio de transes torcidos y perversos, similares y conexos".

-Qué tipo de imperio?- preguntó el gringo, que vestía esa mañana una camisa a cuadros azules y blancos y unos lentes oscuros (por lo demás andaba chulón, según el autor).

-Espiritual y económico...pero muy transero!-, respondió el seudoperiodista, un hombre de unos 35 años, de pelo enviagrado, salivoso como el Gato Silvestre, complexión delgada y hablar amanerado...concretamente, Coqui Hernández.

-Explícarme, please, pelo de viagra!...

-En relativamente pocos años...- se descosió el chismoso, mientras que con ojos morbosos observaba el físico del gringo... -el movimiento de Toby ha crecido como huevo batido, o como el costo de la vida, o como falo encabronado, vaya!...de una manera exponencial; pero no sólo creció en feligresía, sino que también en templos, colegios, medios de comunicación, puteríos clandestinos, docenas de pupuserias, chupaderos y salas de masajistas para hombres, mujeres y gente de corriente y batería, con un personal que ni el mismísimo doctor Terrícola había visto en sus frecuentes visitas al Lips; incluyendo el despacho del pastor Edgard López Bertrand...

-De dónde tú creer que provenir el pisto, salivoso?- preguntó el hombre de los lentes oscuros...

-Mi creer el qué? Que cuál plata?- respondió coqui, mirando al gringo de lado y con ojos golosos...

-Sanapapish!!- (sic) se le escuchó decir al gringo, entre dientes y sin poder contenerse, añadiendo de forma natural:

-el pisto-pisto, pués!

-Lo más obvio es que se trata del pisto con que se baja a los feligreses, así como de los "favores" que le hace a los areneros...

-"Favores"? Como tú y yo comprender?- preguntó el gringo, con cierto asco no disimulado...

-Nooo, papi!, de esos no...Jijijiji!

Richards guardó silencio un largo rato. Tomó un sorbo de café negro y siguió preguntando sobre otros personajes de la hacienda olvidada de Dios y del Diablo, así como otros temas, mientras escribía notas en una vieja libreta tripachuquera.

Esa misma noche en la sala de su apartamento ubicado dentro del perímetro del gigantesco edificio de la embajada de los Estados Unidos, en la colonia Santa Elena de San Salvador, y mientras tomaba un largo trago de güisqui y maldecía la exagerada libidinosidad del tal periodista teceseriano que no dejó de devorarlo con lo ojales durante el tiempo que duró la chismentrevista, el nombre del Hermano Toby le daba un airecito en la cabeza...


II

La vibración del teléfono estremeció a Jeyzel, quien había olvidado el aparato en una de sus perfumadas entrepiernas. Estaba preocupada porque su senil esposo, que ya debía haber llegado a Houston, no la había llamado como hacía siempre, cada vez que llegaba a cualquier destino intermedio o final. Reconoció de inmediato la voz del trinquetero menor, el hijo mayor de su esposo, y tuvo malos presagios.

-"No es nada grave, no se preocupe, mi papá está enchuchado en el aeropuerto de Houston. Pero no se preocupe"- le dijo Tobyto, sin mucha convicción. -"El que quiera joder a mi papi se va a meter en un tremendo huevo"- suspiró antes de colgar.

Jeyzel, una guapa mujer de unos 30 años, cabello rubio oxigenado, ojos negros, rostro agradable, piel canela, mediana estatura y silueta muy sexy, sintió que el culo se le salía por la boca. Tomó asiento, lentamente, después de colgar, en el confortable sillón color pastel de la sala de la elegante casa localizada en una tranquila zona de San Salvador, a escasos metros de la Villa Bautista, el complejo que alberga el imponente templo del Tabernáculo Bíblico Bautista Amigos de Israel.

Nadie más llamó esa noche a Jeyzel. No podía conciliar el sueño debido a la incertidumbre. Por primera vez en toda su vida matrimonial, no sabía dónde gran putas estaba su senil esposo. Drupi, el musculoso y juguetón perrote con el que Edgard López Bertrand solía jugar a papá y mamá perrito en sus ratos de descanso, no se apartó ni un sólo momento de Jeyzel. Hasta se acostó al lado de ella, mientras la miraba con ojos de melancolía.

Súbitamente su cerebro se iluminó y rápidamente se incorporó de su cama y se dirigió al despacho del Hermano Toby : estaba decidida, contra vientos y mareas, a abrir la caja fuerte para apoderarse del pisto que debían lavar ese mes, así como las llaves de las motos y de los carros, las joyas, los bonos al portador y los 10 kilos de harina de pan, de los cuales Toby le había hablado y con los cuales le había prometido "prepararles los mejores panqueques de toda su vida", aunque de esto último ella guardaba muchas dudas, por el celo con el que Toby guardaba esa "harina".

-Hijuestrescientas mil!, exclamó con gran enojo al comprobar que la puerta de la caja fuerte estaba abierta como zaguán de mesón...Toby junior se le había adelantado...

En la celda húmeda y fría del Federal Detention Center, Edgard López Bertrand, alias "el Hermano Toby", aún no sabía por qué estaba en una cárcel de los Estados Unidos, semidesnudo, encadenado y con mucha dificultad para sentarse, y no en Tel Aviv, hacia donde se dirigía cuando salió de su casa en las primeras horas de ese extraño día, para ir, como de costumbre, a rendirle pleitesía y entregarle el diezmo a los generales de ese país.

Para combatir los miedos, las angustias, las tribulaciones y los asteriscos que se apoderaron por completo de él, se arrodilló a la orilla de la pequeña cama de abajo del minúsculo camarote y oró a su dios particular...

Sus primeras palabras fueron más que un ruego, fueron una súplica dirigida al cielo desde lo más profundo de su cucharón : "Señor, porfa, haceme salir rápidamente de aquí...por mis motos, mis chejes, mis damas, mis trances, mi prole y mi mujer!"...al mismo tiempo que un enorme y ñecudo afroamericano le respondía, muy tiernamente, mientras lo abrazaba : "What do you say, darling?"...

Colaboración de un anónimo.

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