Los hechos marcarán nuestro destino

I La nueva campaña publicitaria gubernamental expresa que este es un gobierno en “constante proceso de cambios”, esto sería un argumento que lo distinguiría de sus predecesores, los que deliberadamente se trazaron un camino para profundizar las desigualdades sociales en las cuales vimos a una minoría consolidar y acrecentar sus riquezas y a una mayoría multiplicar sus miserias. Desde luego, ellos potenciaron el modelo neoliberal recomendado por los organismos financieros mundiales, teniendo su génesis en el consenso de Washington. Lo dicho en las líneas anteriores es apenas una muestra de cómo los regímenes areneros utilizaron al Estado como su hacienda particular para hacer sus negocios, tanto en la banca, en el comercio, las exportaciones e importaciones y mucho más. Se intentó desde el gobierno de Armando Calderón Sol y, con mayor fuerza, con Francisco Flores, privatizar la salud y el servicio de agua potable. Fue gracias a los movimientos sociales, a la férrea oposición de los médicos y comunidades que se pudo revertir tales medidas. No se pudo hacer lo mismo con las telecomunicaciones, las pensiones y la distribución de energía eléctrica. En la actual administración, los salvadoreños esperan mucho de su presidente y del resto de miembros del gabinete: al menos que se establezcan mecanismos legales para proteger los bienes esenciales del Estado y que en verdad se firmen decretos y se produzcan anuncios que lleven bienestar a las mayorías poblacionales. Alguna vez se ha dicho y no es ocioso repetirlo ahora que no es mal político aquel que, en un momento determinado, se vuelve dócil a la realidad, en vez de aferrarse a fórmulas del pasado que van demostrando su ineficiencia. Es posible, por ejemplo, que al presidente se le vea firmando el decreto que convierta en auténticos propietarios de pequeñas parcelas a miles de salvadoreños, donde tienen construidas sus casitas. Que comience, pues, el ambicioso programa de techo y piso para los compatriotas con mayores necesidades. Sería una manera de volver al optimismo y comenzar a hacer feliz a los más pobres de este país. Debe existir el brío y la audacia del primer mandatario para empezar a cambiar las cáducas estructuras sociales y económicas. Con estas pequeñas medidas estaremos dando el gran salto hacia proyectos más ambiciosos? De ninguna manera; pero en un país donde alguna vez se han dado y ganado batallas de afirmación nacionalista, éste parecería ser un camino más acorde con las declaraciones de unidad, crecimiento, inclusión y solidaridad que emanan de esa campaña publicitaria que, como dicho está, debe aterrizar en contundentes realidades y no simples alardes demagógicos como acostumbraban los gobiernos areneros. El tiempo apremia y es impostergable sembrar desde ya la semilla del progreso y el desarrollo compartido. II En otro orden, desde los albores de su gobierno, el presidente Funes se prometió una conducta amistosa y de cooperación respetuosa con el gobierno de los EEUU. Cuando conocidos los hechos de Honduras, es claro que la tenebrosa CIA participó en el golpe de Estado, entonces no se puede ser dócil ni complaciente ni con los golpistas ni con sus patrocinadores y conspiradores, entre los que sobresalen los gorilas y la extrema derecha de esta porción del mundo. No se puede patentizar la calidad de víctima del imperialismo, es necesario surgir con iniciativas propias y actuar en consonancia con los acuerdos de los organismos internacionales que hasta al momento han procedido con una conducta ejemplar. Nos guste o no, provocados o no, los hechos concretos se están produciendo en la región con más celeridad que las declaraciones verbalistas. Las circunstancias de nuestra propia realidad y las del contorno son las que van a plantearle al presidente Funes, su ideario y su proceder, a realidades insoslayables, aunque no sean las que él hubiera preferido. Por eso decíamos que está dentro de la lógica de las cosas que este mandatario actúe en función de los cambios urgentes en vez de aferrarse a proyectos utópicos o buenas intenciones. Y, de pasada, en la medida en que un sano nacionalismo por parte del gobierno cobre mayor énfasis, iremos perdiendo nuestro perfil de país folclórico para adquirir el que muy modestamente debiera correspondernos: el de ser una nación seria. Ni dramáticos ni folclóricos, simplemente serios. Y si, como se advierte, los cambios son inapelables, hagámoslos con seriedad. Dadas las condiciones del mapa político de Centro América y de nuestro propio país, será esto mucho pedir? Pocote REENVIA - IMPRIME - COMPARTE - COPYLEFT