Carta abierta a Tomas Chévez...

En todo régimen democrático supuestamente bien instituido, o que aspira a serlo, la diferencia entre el ciudadano común y corriente y el que está en funciones de autoridad se basa en que mientras el ciudadano puede hacer todo aquello que la ley no le impide, la autoridad sólo puede hacer aquello que la ley le autorice. En teoría democrática pura, la distribución de libertades y limitaciones entre gobernantes y gobernados no es equitativa. En El Salvador no hemos podido desarrollar un sistema democrático porque existen intereses económicos poderosos que impiden el funcionamiento y la consolidación de instituciones creadas, en su origen, para promulgar, ejecutar y hacer cumplir las leyes de la Repúlica. El Partido de Conciliación Nacional (PCN) es el heredero de los partidos PRUD y Pro Patria, verdaderos instrumentos de coacción e impunidad de la oligarquía; fundados para participar y ganar en elecciones fraudulentas, y presentar así un remedo de pluralismo político. Cuando afirmo que existen inequidades en el sistema, hablo de dar libertades plenas a Pedro, Juan y a varios; casi todas las limitaciones, y con ellas las responsabilidades para quien está investido de algún grado de autoridad. Pero, como ya lo sabemos todos, entre la teoría y la realidad cotidiana suele existir una contradicción permanente. Nadie puede ser aprehendido, dicen las leyes, si no es sorprendido “in fraganti” en la comisión de un delito. En esta última semana, en un odioso renacimiento de la represión de los años más duros del fraude, de la imposición por la fuerza, del engaño, de las componendas y los negocios turbios bajo la mesa de Casa Presidencial, hemos visto cómo se violan las leyes, se atropellan a los ciudadanos honrados y se cometen las peores bajezas. En la práctica, usted, señor Chévez, ha sido ultrajado, sometido a represión mental, aprehendido e incomunicado en el cerco informativo, mantenido en una especie de prisión que no tiene existencia legal ni física, más que la otorgada por ese poder político y económico que tiene siglos ya de negar toda aspiración mínima de libertad a los salvadoreños, al menos a los que caminan descalzos, a los que sobreviven en la peor de las miserias, a esos comelotodo, hacelotodo y vendelotodo que nos describe Roque Dalton en su Poema de Amor. Hace apenas unos cuantos años, durante la dictadura militar, con los gobiernos del PRUD y del PCN, a los salvadoreños que osaban enfrentar con la palabra al poder establecido, se les encarcelaba, se les torturaba, se les desaparecía. Los que corrían con suerte eran enviados al exilio. Las horas para permanecer detenidos, los recursos de habeas corpus, no se respetaban, se imponía el “cúmplase” de los militares y del presidente de la república. A los familiares les mentían y, si acaso, cuando el hecho ya estaba consumado, únicamente se les decía “usted dispense”. A las víctimas de esto nunca se les informó de qué se les acusaba, ni a quién debían su aprehensión. En la mayoría de los casos los expedientes venían gruesos de calumnias e inventos: “por comunista y atentar contra las leyes de la república”. Usted, señor Chévez, es un invitado nuevo en el banquete de la tragicomedia, quizás su excesiva lectura de la Biblia le ha impedido acceder a libros sobre la historia de El Salvador, a testimonios y ensayos donde se revela la verdadera esencia de las dictaduras impuestas y sostenidas por la feroz oligarquía. El PCN y sus dirigentes son simples lacayos, instrumentos y serviles polizontes, parecidos al señor que llevan de candidato a la presidencia de Arena. Están para recibir y cumplir órdenes, jamás se “salen del guacal”, para repetir un dicho muy frecuente de los salvadoreños. Triste final para “un cristiano” y “hombre de principios”, como usted mismo se definió. Esta tragicomedia que usted ahora contempla, señor Chévez, es un capítulo más del recrudecimiento de la represión política, de las triquiñuelas, de las componendas a las que nos tienen acostumbrados el PCN y sus dirigentes sinvergüenzas y sin escrúpulos, como Ciro Cruz Zepeda, Orlando Arévalo, Hernán Contreras, Rubén Orellana o Francisco Merino; esos en quienes usted depositó su confianza y los invitó a pasar a su hogar, a su iglesia, hecho con esfuerzo, amor y dignidad, si nos atenemos a su propia manifestación de fe y honestidad. Esto es nada más que una alianza anunciada y festejada entre el gobierno arenero y la oligarquía, con lo cual vienen las soluciones tripartitas para todos los problemas y calamidades nacionales; se robustece aparentemente el esquema de imposición y la anulación de anticipadas esperanzas en un frente de los sectores populares. Este panorama actual, ya no tan animador para sus iniciales propósitos, señor Chévez, se empeora con el uso y el abuso que muchos de los altos funcionarios y dirigentes de Arena, así como de sus compinches del PCN y otros lacayos y testaferros en el reparto de las prebendas, hacen de la supuesta libertad de expresión, derecho de noble esencia cuando se trata de ciudadanos que no están en función de autoridad, pero empleado con la alegre irresponsabilidad oficial, cuando se trata de difamar o terminar con la corta o larga vida de un cristiano. Usted mismo lo puede leer en los editoriales triunfalistas del dinosaurio de el diario de hoy, quien festeja “el retiro voluntario” de la fórmula presidencial del PDC, pues “conviene a los más altos intereses de la patria”; en este caso la palabra patria es utilizada como un eufemismo para designar a la oligarquía. No son tan simples y tan románticas las apuestas políticas en este país. Nunca lo han sido. Las actuales declaraciones públicas de dirigentes del PCN, así como de hombrecillos y tristes payasos (con el debido perdón a los que con su auténtica actuación se ganan la vida en las carpas) como Rodolfo Parker, de la Democracia Cristiana, se convierten en fuente de confusión, de permanente desorientación pública, de venero de frustraciones. De eso se trata precisamente: de confundir, desorientar, causarle desaliento, pena y frustración a grandes sectores de la población que tan dispuestos se manifiestan a favor de un cambio y de la esperanza. La oligarquía sabe de estas cosas, sus publicistas y asesores fascistas también lo conocen. El país acepta que partidos políticos dirigidos por líderes corruptos, sean legales, por cuanto han sido inscritos en los organismos correspondientes; pero jamás se convencerán a los auténticos patriotas, a los salvadoreños con algún grado de educación y conocimientos, que el proceder de una cúpula partidaria como la del PDC y la del PCN están con apego a las leyes o al más mínimo sentido de la ética, la moral y las buenas costumbres. En tal sentido, señor Chévez, tendremos que llegar a la conclusión de que esa anarquía verborreica debe ser controlada, tratada y curada por el único que puede y debe hacerlo: el pueblo salvadoreño, como usted mismo lo afirma al señalar a los culpables de esta masacre política; pero para ello se necesita continuar en el escenario, organizar a sus bases (supongo que miles de su iglesia evangélica lo siguen y lo apoyan en este descomunal ataque contra su persona, sus principios y sus valores) y dar la plena y total batalla. No es la primera ni la única vez que figurones de la política se “venderán al mejor postor”; basta revisar los documentos y hacer un repaso de los procesos electorales de El Salvador, para darse una idea de los fraudes, los robos descarados, las imposiciones que se han cometido ya en comicios municipales, de diputados y presidenciales. Lo hemos dicho, lo sostenemos y lo reiteramos, la oligarquía no cederá fácilmente sus privilegios, lo han demostrado en peores situaciones (el conflicto armado es una prueba, lo mismo que la insurrección campesina de 1932) y lo están haciendo ahora cuando la fórmula presidencial del FMLN tiene enormes posibilidades de acceder al gobierno, no al poder político y económico que es otra cosa. Su cabeza, señor Chévez, es apenas un raspón en el cuerpo de las realidades. Hay gruesas fortunas ya apiladas en cuentas bancarias, lo mismo que se han superado escollos y la gran maquinaria se apresta a recorrer la última etapa en la carrera presidencial. 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