La identidad de la traición

"A la luz de Juan y los Juanes, los muertos y los que sobreviven, traición sigue siendo, en su plena acepción, en su plena etimología, en su plena gnoseología, eso: TRAICIÓN. Igual ocurre con las palabras justicia social, nueva sociedad, cambio, esperanza, transformación social, sociedad, pueblo, opción preferencial por los pobres, de las que muchos han llegado a avergonzarse de pronunciarlas...y de las que algunos, como el presidente de la república, han tenido la desfachatéz de utilizarlas para su capital político. Por lo que, si lo entendemos bien, si lo comprendemos bien, si lo pensamos bien...Funes no es un traidor, porque nunca estuvo del lado de Juan, de los Juanes muertos y los que sobreviven. Los de la ilusión fuimos nosotros!"

Juan Antonio Méndez Ríos fue asesinado con una carga de TNT, en marzo de 1989, en San Miguel. Lo habían estado torturando desde las ocho de la noche del día viernes 17 de marzo, en vísperas de las elecciones que ganó el criminal Alfredo Cristiani. Aún con vida, a eso de la media noche, lo sacaron a la calle, lo amarraron a un poste del tendido eléctrico y le ataron la carga, en un lugar cercano al local de la Comisión de Derechos Humanos no Gubernamental.

Era hijo de una señora que trabajaba haciendo limpieza en un laboratorio y de un señor que cuidaba un terreno. Con lo poco que ambos ganaban, quién sabe cómo sobrevivían, hacían el sacrificio de mantenerlo estudiando periodismo en la UES, en San Salvador. Él había sido socorrista de la Cruz Roja, por lo que reclutarlo en las filas de la lucha revolucionaria fue una tarea bastante milagrosa.

Una tarde, un taxista informador de la Guardia Nacional, lo entregó en un retén. Él sacó su arma e intentó huir disparando, pero una ráfaga le partió las piernas a media calle. Antes de su ejecución, lo habían torturado para que delatara a los miembros de su organización, y aunque está de más decir que no lo hizo, es imprescindible recalcar y dejar sentado, por su merecido honor, que no lo hizo, muy a pesar de que sabía que sería asesinado. Y tenía miedo, porque esa mañana había dicho a sus padres que no quería irse para San Miguel, porque sabía que lo andaban persiguiendo y que lo iban a matar.

Si hubiera delatado, quizá hubiera vivido. Talvez. Lo seguro es que en aquel tiempo se le habría condenado a ser un traidor, pero talvez habría vivido. Talvez. Todavía hoy en día, por esa razón poderosa de la hipocresía y el cinismo, viviría bajo esa condena y con el peso moral consecuente. Sin embargo, es importante reconocer, a la luz de la historia de traiciones, de los acontecimientos y de la verdad, que habría valido la pena que salvara su vida, especialmente si se acepta que otros han traicionado y continúan traicionando hoy en día, y no por salvar sus vidas sino por una posición, por dinero o por un cargo.

Pero el título de traidor también es un lugar muy, muy reservado y muy merecido, sólo para casos especiales: para los que un día abrigaron los mismos ideales, lucharon, se arriesgaron y se sacrificaron por esos ideales. O sea que no es para cualquiera.

El título de "traidor" es, en sí mismo, una especie de reconocimiento, de honor merecido, y algunos hasta han sabido sacar lucro de la investidura. Hay otros que están en cargos públicos -incluyendo a algunos de los que lo han recibido después de los Acuerdos de Chapultepec, y los más recientes y los que hasta cantaron a viva voz el himno arenero en las pasadas elecciones-. Hay otros que no saben que gozan del título o se hacen los disimulados, y que también están en cargos públicos. Los demás son simples mendigos que por migajas se han arrastrado. Los últimos son oportunistas; y aunque la traición tiene de por sí estas cualidades inherentes, propias, no son lo mismo los traidores que los arrastrados, oportunistas, vivianes y aprovechados, aun teniendo en cuenta que el traidor es todo esto también.

De manera que, vista desde los presentes días, la traición ya no se llama traición o ya no es traición, por lo que Juan ahora podría haber quedado absuelto, aunque siempre habría uno que otro cínico que trataría de señalarlo como traidor.

Hoy, la palabra y el concepto de "traición" han perdido la validez de antaño, y ya casi no se menciona y casi no se adjudica. Es como la palabra y el concepto de "justicia social", o de Revolución, o de nueva sociedad, o de Cambio que han perdido ya su validez en las voces de los traidores; palabras que están ausentes en muchos dirigentes "revolucionarios". Palabras que ya no significan nada o significan otras cosas que todavía no se entiende qué son.  En suma, son palabras que ya no son lo que eran antes. O como la palabra "pueblo", que ya no se sabe si el pueblo es el pueblo con el que se designaba antes a las mayorías marginadas, desposeídas, excluidas y siempre golpeadas por las condiciones de explotación y pobreza; o si pueblo son unos pocos, los que han acumulado, por décadas, dinero mal habido. Algotros, como el dinosaurio extremista les llaman empresarios, emprendedores, impulsores, motores de la economía del país, padres de la patria y forjadores de las libertades económicas.

Pero lo cierto es que Juan no murió por éstos últimos, sino por lo que por Pueblo, por Justicia, Social, por Nueva Sociedad, por Cambio, por Esperanza, se entendía antes. Y no murió engañado, porque traer a cuenta a Juan con todo y su acento campesino, con todo y su humildad, con todo y su desinterés, con todo y su solidaridad, con todo y su sacrificio, con todo y su sinceridad, con todo y su ejemplo, con todo y su muerte, es traer a cuenta a todos los Juanes de este paisito.

Y Juan y todos los Juanes, merecen respeto y no sólo porque no traicionaron, sino porque murieron por no traicionar: murieron para dar vida, para traernos esperanzas, para abrirnos los ojos y para restregarnos en el rostro que hoy estábamos equivocados; sí, que estamos equivocados, pero que podemos corregir, porque, al fin y al cabo, la Esperanza y el Cambio son ellos, nuestros referentes son ellos, nuestros compromisos están con ellos y con lo que ellos representaron, representan y continuarán representando, nuestros patriotas muertos.  

Recuperar el espíritu revolucionario, el ideal revolucionario, la ética revolucionaria, la moral revolucionaria y encarrilarnos en la vía de la verdadera Revolución, y de la construcción de una sociedad justa, ese el camino, y eso está solamente en nuestras manos, depende exclusivamente de nosotros, de nuestra lucha. Hemos de entender, de una vez por todas, que los grandes empresarios, que la oligarquía, que la derecha no tienen toda la culpa de nuestras desgracias, porque ellos luchan por sus intereses y que nuestras desgracias y las injusticias están precisamente forjadas en esos intereses. La pobreza está comprada con la riqueza de esos pocos, y también está comprada con los traidores que ellos han podido comprar para sus servicios.

El problema, en realidad, somos nosotros. Nosotros que no hemos sido capaces de luchar por nuestros intereses y nos hemos dejado engañar, a pesar de nuestros Juanes muertos. Nos hemos dejado embaucar a tal punto que no luchamos si la derecha no nos da permiso, y nos creemos y mantenemos la esperanza de que sean otros los que propicien los cambios por nosotros, o que una persona que no es de nuestro lado, lo haga por nosotros. Seguimos enganados y esperando el famoso e irreal mesías político que NUNCA llegará.

A la luz de Juan y los Juanes, los muertos y los que sobreviven, traición sigue siendo, en su plena acepción, en su plena etimología, en su plena gnoseología, eso: TRAICIÓN. Igual ocurre con las palabras justicia social, nueva sociedad, cambio, esperanza, transformación social, sociedad, pueblo, opción preferencial por los pobres, de las que muchos se han llegado a avergonzar de pronunciarlas y de las que algunos, como el presidente de la república, han tenido la desfachatéz de utilizarlas para su capital político. Por lo que, si lo entendemos bien, si lo comprendemos bien, si lo pensamos bien... Funes no es un traidor, porque nunca estuvo del lado de Juan, de los Juanes muertos y los que sobreviven. Los de la ilusión fuimos nosotros!

Saludos, Juan. Estás entre nosotros!

Por Oscar Martínez Nerio
Colaboración

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